sábado, 26 de enero de 2008

Bienvenidos al cine, dejen su educación en la entrada

Yo tengo una tele de 50 pulgadas. Es la reina de la casa, ocupa una parte muy importante del salón, física y psicológicamente. El motivo por el que la compré, no es porque me encante la televisión, de hecho detesto la mayor parte de la programación que se emite. El motivo es que me encanta el cine, desde pequeña me he criado más que en una casa en una filmoteca. Aún hoy en casa de mi familia debe haber unas 2000 películas, sólo en VHS.
Como fanática del cine, obviamente donde más disfruto una película es en el propio recinto también llamado cine, pero detesto a los individuos que lo frecuentan.
Esta animadversión crece cuando, no sólo quieres disfrutar de una película, sino cuando además, quieres disfrutar de una buena película, o una de esas que llevas muuucho tiempo esperando ver.

La falta de respeto, civismo y educación que se demuestra en el cine es casi tan elevada como el precio de entrada a la sala, lo que ya cabrea de por sí antes de entrar.
Creo que una gran parte del problema reside en que la gente está convencida de que está sola en el mundo. Vamos, que cuando por ejemplo entran a una sala de Kinépolis, creen que están en el salón de su casa, no les extraña que les hayan cobrado por entrar en el salón de su casa, ni que este se sienta invadido por un montón de gente más a la que no conocen de nada, ni que el tamaño de la pantalla sea más grande de lo que siquiera soñarían para el salón de su casa. No les extraña nada. Ellos están en el salón de su casa.
Si lo vemos desde esta perspectiva y hacemos un ejercicio de proyección, veremos que ahora todo tiene sentido. El problema es que abstraerste del contexto es inútil, porque está ahí. De modo que nos salen comparaciones de la siguiente manera:

En el salón de tu casa:

- No resulta raro hablar en voz alta durante una película.

En el cine:

- Resulta molesto para los demás, dado que eso no te permite escuchar el sonido, y como regalo tienes que oir las tonterías que dice la gente.

En el salón de tu casa:

- No pasa nada porque te apetezcan palomitas y el DVD ya esté empezado, incluso puedes pausar la película.

En el cine:

- A eso se le llama falta de previsión, compra las putas palomitas media hora antes de que empiece la película, pero no nos obligues a esquivar tu silueta para poder enterarnos de por qué se ha muerto el protagonista.

En el salón de tu casa:

- No es tan raro el que pongas los pies en el sofá.

En el cine:

- Sí, rotundamente sí. Visualmente te irrita ver al tío con los pies encima de la butaca de delante, y si lo sufres tú mismo detrás es peor, porque ver una peli con unos pies en la nuca no es el ideal de postura con que soñabas.

En el salón de tu casa:

- Puede ser habitual que la película acabe en una discusión familiar o de amigos, por el motivo que sea.

En el cine:

- Jode bastante entrar con ganas de ver una peli, y salir cabreado por haber discutido con media sala porque te han tocado las narices con cualquiera de los motivos anteriormente descritos.

De todas formas, no nos olvidemos de que a veces esos detestables individuos que acuden al cine, bien pueden ser tus propios acompañantes.
Debes tener mucha precaución y seleccionar cuidadosamente qué dos familiares/amigos/conocidos se van a sentar a tu lado. Compañeros que te pueden tocar:

- El que no para de cuchichearte durante la película. Bien para pedir información, "oye, ¿pero entonces por qué han detenido al bajito?", bien para transmitirte un comentario vital para el argumento de la película, "el asesino está buenísimo, eh?", bien para quitarte tu momento de evasión de la vida real, "¿has llamado a tu madre?", o simplemente para usarte de intermediario porque sencillamente has escogido mal tu ubicación, "dile a Manolo de mi parte que la rubia en el libro no era rubia, que se lo han inventado...".

- El que no para de comer y de beber, lo que provoca ruiditos constantes de papelitos de caramelos, bolsas abriéndose y sorbos de las ultimas gotas de refresco a través de la pajita. Aunque te creas capaz de aislarte de estos sonidos, es inútil, te van crispando, y durante toda la película no puedes dejar de pensar en cual será el próximo ruidito, y si se habrá saciado de una maldita vez del atracón que se está dando.

- El pidón. Ese indeciso en la tienda del cine que no sabe si comprase regalices rojos o negros, palomitas grandes o pequeñas, una botella de agua o dos. El pidón genera molestia y te provoca un egoísmo que hasta ese momento desconocías en ti: "Dile a Pepi que me pase una bolita de esas rojas, pero de las que están rellenas de chicle", "¿no vas a comer más palomitas? las cojo yo", "¿te queda agua?".

El 50% de las veces que he ido al cine, he acabado discutiendo con alguien, crispada por alguna conducta, o simplemente sin enterarme de algún diálogo de la película.
Dado que la gente carece de educación, dado que me cobran mucho por ver una película que no voy a poder disfrutar, dado que todo el mundo acude a una sala de cine como si acudiera al salón de su casa, señores, yo he decidido quedarme directamente en el salón de mi casa y convertirlo en cine. Cuando el cine deje de ser una cuadra para ser realmente un cine, no duden en avisarme.

viernes, 18 de enero de 2008

Por mi puerta pasarás...

¿A nadie le ha dicho esto alguien antes? Un padre, una abuela, ... yo la he oído miles de veces desde que era pequeña, no sé, es algo habitual que me suelen decir.
No me quiero casar, no quiero tener hijos, no quiero estudiar esa carrera, no quiero trabajar en esto, etc. Sí, siempre he sido un poco rebelde, diría mi familia, contestataria para ser exactos, esa es la palabra con la que siempre me definía mi hermana. Diferentes opiniones, es lo que yo siempre he contestado, porque creo que esa es la realidad.

"Por mi puerta pasarás", como se usaba antaño, significaba que cuando eres un adolescente, acelerado, sin paciencia y que te quieres comer el mundo, a veces eres atrevido en tus opiniones o tu manera de actuar, y estás tan convencido de ello que no crees que nadie tenga razón más que tú. Entonces, alguien con la sabiduría y experiencia, sin duda superiores a la tuya aunque sólo sea por edad, te suelta esa frase que no viene significando otra cosa que: tranquilo, aún eres joven, ya verás como acabas pensando como yo, es cosa de edad, cambiarás.
Yo he cambiado en algunas cosas y opiniones desde que me decían eso (a dios doy gracias), pero en la mayoría, en las opiniones que realmente deciden tu caracter y lo que va a ser tu futuro, en esas no he cambiado. Hasta el punto en que mi familia ya no habla de mi como la contestataria. En las conversaciones familiares cuando oigo ahora hablar de mi, escucho frases como "no sé a quién ha salido", "tiene las ideas distintas a toda la familia".

Bien, después de esta pequeña autobiografía (justificada en este monólogo, no desesperéis) quiero decir que la expresión "por mi puerta pasarás", no está muerta, está vivita y coleando. Ahora se usa mucho, pero ahora ha cambiado su significado totalmente. Sobre todo porque ahora ya no te lo dice sólo un miembro de tu familia que se supone te aprecia o quiere y realmente sólo te está dando un consejo, ahora se usa de otra manera.

Veamos un par (para no aburrir al personal) de ejemplos significativos:

La parejita dentro de tu grupo de amigos que se casa. Yo soy realmente sincera con mis amigos, y cuando alguno me comunica esta desagradable noticia, mi frase suele ser: mi más sentido pésame a los dos. Detesto el matrimonio, qué se le va a hacer. Entonces, estas encantadoras parejas aplican el "por mi puerta pasarás", y te dicen cosas tipo "ya, yo también solía pensar así, pero ya verás como acabas haciéndolo". No, a ver, centrémonos, si tú no querías y lo has hecho el problema lo tienes tú, no intentes buscar consuelo haciendo desgraciados a otros. Yo soy consecuente.

El personaje (familiar o no, amigo o no, conocido o no) que te dice: ya verás cuando tengas hijos. Ya veré no. No voy a verlo. Entonces te aplican otro "por mi puerta pasarás", pero esta vez del tipo: sí, eso piensas ahora, pero acabarás queriendo tener un hijo. Señoooor!!! Pero es que nadie me escucha!!! Que no quiero tener hijos!!! Sé que el hecho de tenerlos a ti te acabará fastidiando parte de tus actividades de soltera y mujer sin responsabilidades filiales, pero ¡¡¡¿por qué te empeñas en que me fastidie a mí?!!!

La conclusión de estos dos ejemplos es que a mi me da igual que tú te cases o no, que tú tengas hijos o no, que decidas trabajar ahí o no, ser del PSOE o no. Qué yo no piense como tú no significa que no me parezca bien que hagas lo que tú quieras, ¡es tu vida!, y mi admiración la vas a tener en el momento en que le eches valentía para vivirla como tú quieres. Pero parece que si tú no piensas como ellos, entonces es que aún no has pasado por esa puerta.

Hoy en día, "por mi puerta pasarás" también significa: no te escucho, no sabes lo que dices, eso crees ahora. Por eso yo empezaba hablando de mí y diciendo que la gente que me conoce de verdad y me quiere (o deberían) antes me decía "por mi puerta pasarás" y ahora sabe que esa frase ya no es necesario decirla, he pasado por su puerta y sigo siendo la misma.

No sé si cambiaré de opinión respecto a algo de lo que pienso ahora, puede ser, no lo descarto. En cualquier caso, eso es algo que decido yo, no los demás. Pero señores, vivamos y dejemos vivir, y especialmente no empleemos el "por mi puerta pasarás", porque suele venir de gente frustrada, que no siempre ha tomado decisiones por sí misma en la vida, que le gustaría poder ser otra persona, y sobre todo no haber pasado en su momento por esa "temida" puerta. Gente que se queda satisfecha sólo cuando ve que los demás han llegado al lugar donde ellos se encuentran, para poder disfrutar de ese momento, y ver que los demás no deben ser más felices que ellos.
O lo que es lo mismo, para estas personas, "por mi puerta pasarás" significa: si yo me he jodido, tú también te joderás.

domingo, 13 de enero de 2008

Matices que nos hacen más detestables

  • El tintineo de una cuchara en el cristal. Ese "tin, tin" constante cuando alguien está terminándose un yogur y parece que intenta horadar el cristal. ¡No hay más yogur, deja la cuchara de una maldita vez! También sucede cuando están mezclando el azúcar con el café. Remueve, remueve, tin, tin, remueve, remueve, ... basta!, ¡el azúcar se mezcló hace 10 minutos!
  • Dos personas se ponen a hablar a tu lado cuando intentas concentrarte en el trabajo y no les importa lo más mínimo que tú estés ahí, en tu sitio, intentando trabajar. Además la conversación se hace de las más eternas del mundo, y tampoco saben bajar el tono. ¿No tienes una sala de reuniones?, ¿no te puedes ir a tomar café?, ¿no puedes ser más educado con los que te rodean?
  • La ausencia de silencio. Hay gente que no puede soportar el silencio. A veces el silencio es bueno. No siempre hay que decir algo, especialmente porque a menudo es hablar por hablar, y muchas veces es más placentero compartir un silencio que decir banalidades.
  • Los tonos de los móviles. Yo siempre me preguntaba, ¿de que vivirán estas empresas de tono, politono, sonido real en tu movil?, la respuesta es clara. Ya me lo decían a mí en la carrera: hay que crear la necesidad en el cliente. Y vaya si estas empresas la han creado: la b.s.o. de una película, el jingle de un anuncio, la sintonía de una serie, sonidos irreconocibles varios, alguien que grita: "Maríaaaaa coge el teléfonoooo". Aguantas todo ese tipo de sonidos crispantes para que encima siempre haya alguien que diga: "ay, como mola, es la del anuncio" o "¿me la pasas? me la quería descargar" (a partir de ese momento sabes que también tendrás que oirla en estereo).
  • La ceniza que se va a caer. Alguien está fumando, y habla, habla y habla sin reparar en que casi todo su cigarro es ceniza. El que lo ha vivido sabe lo nervioso que te puede poner, no es necesario que yo lo explique.
  • Que te den cuando te hablan. Hay gente que no puede evitar el contacto físico cuando te habla. Sabéis de que hablo, todos lo hemos sufrido alguna vez. Si estás sentado te da en la pierna, si estás de pie en el hombro, pero el caso es que en cada cosa que te va contando, te da otra vez, como para llamar tu atención, ¡por dios!, pero si le estás mirando y escuchando, a ver, individuo: evita todo contacto físico, sólo háblame!

jueves, 10 de enero de 2008

¡Gracias por permitirme comer aquí! (1ª parte)

"Si no está satisfecho lo reemplazamos por otro cliente", es una de las frases irónicas que se están utilizando en una campaña de publicidad para un restaurante llamado Jackson House (de los Jackson de toda la vida).
Y es que antes o después yo sabía que esto acabaría pasando porque ultimamente es una invasión. A ver, me centro para que podáis entenderme.
Vas a un bar o restaurante, y parece que te están perdonando la vida. Vamos, que llega un momento en que no distingues quién es el cliente y quién el que atiende. Y no digamos eso de "el cliente siempre tiene la razón", porque en 2008 creo que podemos afirmar que esta frase está más pasada que el spectrum.
Ahora lo que interesa es vender, despachar y punto. Quitarse al cliente de encima. Satisfacción cero. Cada vez hay más locales en los que a lo mejor de forma tímida y educada pides a un camarero que te traiga un poco de sal, y te mira como si le hubieras pedido que se hiciera el harakiri allí mismo.
Nadie le pide a un camarero que se ponga de rodillas o te haga la ola, sólo un servicio eficaz, correcto y educado, que no deja de ser el mismo que nos exigen a todos en nuestros trabajos.
Yo consumo, yo pago y no soy desagradable con un camarero, ¿por qué él si lo es conmigo? Pues hay muchos motivos, pero voy a ir a uno bastante importante: en este país ya no demandamos un servicio correcto. Nos quejamos, sí, y mucho, nos encanta quejarnos, pero yo estoy convencida de que uno de cada tres consumidores no tiene ni idea de para que sirve una hoja de reclamaciones, no la han pedido nunca, y están convencidos de que no servirá de nada.
Los hosteleros tienen colgadito un papelito (porque están obligados a hacerlo) muy mono que pone: "Existen hojas de reclamaciones a disposición del consumidor o usuario" . Los hosteleros se limitan a quitarles el polvo una vez al mes (algunos ni eso) porque saben que es un cuadro más que forma parte de la decoración del local, su utilidad es nula, la gente no repara en ello, y si repara prefiere no darle uso, porque no sabe, porque tiene dudas, etc.
Antes, esto se temía más, recuerdo algún camarero que incluso me ha puesto impedimentos tipo "no, es que yo ahora no tengo esas hojas", intentando abusar de la posible ignorancia del demandante, y consiguiendo sólo una amenaza de llamar a la policía local, ya que en caso de negativa se puede solicitar su presencia para que conste. Pero vamos, que este método es innecesario ya a toda costa, y los locales pueden estar tranquilos, ya nadie lo pide.

Y así vamos claro, nos callamos, ellos siguen abusando, y los pocos que nos quejamos, que somos pocos, seguimos tragando caras largas de camareros (entre otras muchas deficiencias del servicio y la calidad en sí) por los demás, además de sufriendo al típico amiguito de turno que tras salir del local dice: "joé que bordes" o "no le dejes propina" o "ya no vuelvo aquí". Señores, aunque suene antigua esta frase "sarna con gusto no pica", porque por vuestra culpa, el cliente "ya no tiene la razón".


miércoles, 9 de enero de 2008

Soy segurata, soy dios

Realmente no tendría que añadir mucho al título, queda comprendido. Pero bueno, haré un pequeño esfuerzo (más bien ninguno) y relataré lo inexplicable de un hecho demostrado: los seguratas se creen dios.
Ya sea encargándose de la seguridad de un aeropuerto, de un bar de copas, o de un pequeño banco, ellos ejercen de divinidad. Supongo, nunca he experimentado la sensación, pero supongo, que llevar un uniforme y una porra en la mano (este complemento es opcional) te hace sentir libre para prohibir todo lo que te parezca, y tratar a la gente de la peor forma posible, incluso saltándose las normas a la torera, vamos, como diría una de las inteligentes modelos iconos de L´oreal, "porque yo lo valgo"!

Desde luego, mis dos versiones favoritas son la del que trabaja en un aeropuerto, y la de el que se pone en la puerta de un bar de copas o discoteca (entiendo que esto último estará más cotizado, da más empaque).

Versión A:

"¡Descálcese, ya!" Esto me lo dijeron a mi, pero en francés en el Charles de Gaule. Os juro que era un calzado de lo más sencillito, pero, ah!, ahora además de C4 en el bote de desodorante, también puedes llevar un kalashnikov en los zapatos. Lo cierto es que yo habría acabado en el tan temido cuartito del aeropuerto si no es porque otra persona intervino, porque entre que me hablaba sólo en francés (y yo entiendo cuatro cositas), que a mi no me apetecía descalzarme, y la hostilidad con la que me estaba tratando, se habría montado la segunda revolución.
Esa persona que intervino es la misma que hoy me ha pasado una noticia que me ha hecho recordar tan entrañable pasaje de mi vida y que os recomiendo leais, para haceros una idea de hasta donde llegan estos defensores de la seguridad.

Versión B:
"Tú aquí no pasas que vienes borracho" Sí, es lo que tiene, es un bar de copas, donde se toman copas, y hay bastantes posibilidades de que me emborrache, o sea que póngase en la puerta de una guardería, porque aquí la gente entra cargadita. La pura realidad es que lo que no quiere es que entre esa persona en concreto y punto. Porque sí, porque se le cruzado entre ceja y ceja, porque tiene que ejercer poder. Si no es eso, es porque llevas algo de ropa que no le convence, o simplemente está reprimido porque ese día no ha... vale, me contengo, pero de verdad, es que veo la cara de estas criaturas, y la postura que me ponen delante de la puerta, y realmente, siempre que entro a un bar, lo que me apetece es mirar al tipo y reirme, pero me tengo que contener, porque si son las 6 de la mañana y es el único bar abierto, quita quita, no sea que acabemos como en plena ley seca.


Lo cierto es que si lo analizamos, en realidad, la sociedad está haciendo una gran obra permitiendo a estos sujetos desempeñar ese trabajo. En mi humilde opinión, estas personas carecen de autoestima, y un puesto de tan alto rango como plantarse bajo el marco de la puerta de un bar lleno de borrachos y poder dominarles a placer debe subir el ego de tal manera que te creas dios.

Teniendo en cuenta que para mi dios es tan real como un elefante volador (incluso creo que tengo más posibilidades de ver uno de estos últimos), señores, apoyo la afirmación, los seguratas son dios.

lunes, 7 de enero de 2008

"Es que yo soy así"

Es la frase más escuchada del siglo XXI. Esa y "pero te lo digo a la cara".
Me parece estupendo, no sé en que momento valores como la educación y el respeto se perdieron en favor de demostrar públicamente cómo eres, y decir las cosas tal y como te vienen a la cabeza.

"Soy natural", "soy como soy", pues amigo mío, eres lo peor de este mundo, así que fingir un poquito no te vendría nada mal. A ver, esa frase no hace especial a nadie. Todo el mundo es como es, lo que no significa que tenga que enseñar esa personalidad constantemente. Si todos fuéramos quienes somos a los ojos de los demás, no podría haber relaciones sociales, nos detestaríamos. Yo ya detesto al menos a más de la mitad de los que conozco. Si además me enseñaran su realidad, no podría ni tomarme una cerveza con ellos, y éste es un acto del que no pienso prescindir.

Ser natural hoy en día te da derecho a muchos comportamientos bastante intolerables en mi opinión. Y lo que es peor, esa otra frase, "te lo digo a la cara". Vamos a ver, vamos a ver, o yo estoy enloqueciendo o el resto del mundo, seguramente lo segundo; no soy de esa opinión que dice "cuando sólo tú piensas una cosa y el resto del mundo no, es que el que debe estar equivocado eres tú". No, eso no es cierto, porque la gente actúa en masas, y los genios están solos en sus batallas pues nadie cree en ellos hasta que mueren. Así que el mundo ha enloquecido, porque si lo que se lleva es decir todo lo que piensas a la cara, entonces volviendo a lo que decía al principio, hemos olvidado lo que es respetar a la otra persona. Lo que tú piensas no es forzosamente lo que la otra persona está preparada para escuchar, pero ¿qué le importa a este sujeto?, no se da cuenta de que el único valor de esas palabras es su opinión, no un hecho objetivo, pero qué más da, al fin y al cabo, si él lo piensa así, lo debe de decir para no ser un falso. Ok, decide lo que quieres ser, amigo: falso o cabrón. Porque a veces el egoismo nos lleva a hacer daño a las personas mientras que si nos comiéramos un poco nuestras palabras, esa falsedad se cambiaría por prudencia (mil veces más inteligente y justa).

Pero el caso es que esto, en realidad no deja de ser una hipocresía en sí misma, porque sólo se utiliza cuando a dichas personas les interesa, ya que la realidad es bien distinta. Decir las cosas a la cara, y ser natural es una utopía, si esto fuera así, mañana entrarían en su trabajo estas personas diciéndoles a su jefe: mira, curro aquí por dinero, me pareces un ser insoportable y un aprovechado, bla bla bla. Las señoras al ir al mercado, les dirían a los tenderos: vamos, que compro lo filetes porque tengo que comer, porque eres un ladrón y yo te los metía uno a uno por bla bla bla. Melendi en sus entrevistas, reconocería que no ha leído un libro en su vida y ... perdón, me equivoco, esto sí ha ocurrido, alguno sí hay que dice lo que piensa siempre, pero claro, la gran pregunta es: ¿queremos ser así?

Lo siento, es posible que leyendo las entradas anteriores, veamos un salto en mi forma de escribir, ésta no hace tanta gracia, y dista más de un intento frustrado de monólogo del club de la comedia como las anteriores, pero es que me temo que yo he abierto este blog para decir lo detestables que somos algunos seres humanos a veces, y claro, oir estas cosas no hacen tanta gracia, pero señores, es que yo soy así!

domingo, 6 de enero de 2008

Ombrofóbicos: armados y peligrosos

Le comentaba el otro día a un par de compañeros lo increíble que me resulta el hecho de poder comunicarnos desde España con alguien que se encuentra por ejemplo en Kazajstan con un sólo click, o poder conectarte a Internet desde la cima del Everest, o poder crear una copia genética idéntica de otro organismo y, sin embargo, seguir usando un trozo de tela unida a un palo para guarecernos de la lluvia.

Porque el paraguas, es de los pocos inventos que no ha evolucionado. Han cambiado su diseño, algunos llevan un botón con el que se abre automáticamente, los hay grandes, los hay de bolsillo (es una forma de llamarlo porque no hay bolsillo de ese tamaño), Burberrys le puso sus cuadritos, Benetton sus colorines, pero lo mires como lo mires, sigue siendo un trozo de tela con palo.

Este trozo de tela cuya única misión es evitar que "parte" de la lluvia entre en contacto con tu cuerpo, tiene más inconvenientes que beneficios. Muy bien mientras está abierto, pero cuando lo cierras, obviamente está mojado, y no sabes donde dejarlo, lo empapa todo, no puedes guardarlo en un bolso, el resto del día estás cargando con él aunque haga un sol radiante, se te olvida en la oficina y claro al día siguiente llueve y no lo tienes...


Yo nunca uso paraguas salvo que sea estríctamente necesario. Me dan miedo los paraguas. Es así, vivo con ese terror desde hace ya muchos años. Bueno, realmente lo que me da miedo no son los paraguas en sí mismos, si no la gente que hace uso de ellos. Y son muchos, muchos los usuarios de paraguas, y es que es caer una gota de lluvia del cielo, y la humanidad entra en crisis. Es increíble que la gente beba agua, la gente use agua para lavarse, es decir; convivimos con el agua. El agua es nuestra amiga, no nuestra enemiga, pero si a la gente le cae una gota de lluvia en la cara, ala, a sacar el paraguas.

Porque el problema más grave de toda esta paranoia no es que usen un paraguas, yo alguna vez por necesidad y para evitar llegar en canoa a mi casa también he tenido que utilizarlo, el problema es que no saben usarlo. Mira que el funcionamiento de un paraguas es sencillo, pues la gente se empeña en usarlo como arma.
He aquí el usuario más peligroso con un paraguas en la mano: la señora mayor y bajita.
No sólo camina por la calle a velocidad de caracol, si no que siempre consigue meterte el paraguas en los ojos, ¡aunque la esquives!, es un hecho comprobado.
La gente cuando lleva un paraguas no controla sus movimientos: se gira, se para en seco, corre, ... sí, son movimientos habituales del ser humano, pero no si llevas un paraguas en la mano. Porque cuando alguien se da la vuelta de golpe con un paraguas, debería ser consciente de que alguien puede estar en ese momento detrás. Pero seamos sinceros, tampoco les importa, lo único que les importa es que el agua no les toque, no sea que les haga daño.
Un claro ejemplo de este pánico que provoca la lluvia en el ser humano es el de el comportamiento de la gente cuando empieza a llover de golpe y no llevan paraguas, empiezan a correr histéricos por la calle a buscar un tejado, se acumulan grupos de personas bajo los portales con risa histérica mientras miran al cielo, esperando que los dioses dejen de castigarles y puedan continuar con sus vidas. Francamente espero que no monten ese espectáculo cada vez que abren el grifo de la ducha, porque a ver, es agua, ¡sólo agua! Y, señores, no se asusten les voy a decir un secreto que puede cambiar sus vidas, su cuerpo está compuesto por un 66% de agua...¿se encuentran bien o necesitan un paraguas?

sábado, 5 de enero de 2008

Exposición de bricks de leche

No recuerdo mejor invento en la historia, desde la vasectomía, que el supermercado on-line.
"Es que si no veo los tomates, no me fío de lo que me van a traer", "Puff, seguro que te cobran mucho más", "¿y si me llega descongelado?", ... barreras, barreras que ponemos a la evolución, esto no ocurre en el 90% de las veces que haces la compra por Internet pero, repito, pero, en el caso de que así fuera, es un precio muy bajo que pagamos por no aguantar otras cosas mucho peores que unos tomates demasiado blandos.

Yo, desde que entro en el supermercado, empiezo a sentir cómo una claustrofobia se apodera de mí, obviamente no es una cuestión de espacio, sino de gente. Porque la gente cuando acude a un supermercado, no es con la finalidad de comprar. Nooo, parece el acto más obvio en semejante recinto, ¿verdad? Pero no lo es. Ellos creen que han entrado en El Prado y es hora de disfrutar del arte. Pasean de forma relajada entre los estrechos pasillos, deleitándose ante las obras que allí se exponen: una lata de sardinas, un paquete de papel higiénico, un mostrador lleno de cebollas,... aaah, cuanta belleza esconde el objeto en sí mismo, ... en realidad más que El Prado sería una exposición de Warhol, el tema es que ellos no están ahí para observar la belleza, se supone que debes escoger la maldita lata de sardinas que quieres, no observarlas todas una y otra vez, cogerlas, tocarlas, comparar el precio entre las dos que más te gustan, volver a dejarlas, ir al pasillo anterior, hacer lo mismo con cada producto y obstruir el pasillo para no dejarte a ti coger la maldita lata de sardinas que llevas en mente o apuntada en una lista, por dios, sólo son unas sardinas!!!
Siempre intento tardar lo mínimo en el supermercado porque, a diferencia del resto de la humanidad, yo no disfruto haciendo la compra, es una necesidad, pero es IMPOSIBLE tardar poco. Debes esquivar carritos, carritos que deja la gente ahí en medio porque les viene bien. Cuando tú aparcas un coche en doble fila te cae una multa, pero tranquilo, que en el supermercado puedes dejarlo donde mejor te venga, porque el supermercado es la ciudad sin ley. Las únicas personas que, se supone, deberían poner orden, son aquellas que se supone trabajan en el supermercado, pero estos, son otro mundo aparte. Por ejemplo, el gremio de las cajeras, y lo pongo en femenino aún a riesgo de que la comunidad feminista se me eche encima, pero seamos sinceros, la mayoría son mujeres. Los hombres, especialmente en las grandes superficies se dedican a hablar por un walkie mientras llevan cara de prisa y se dirigen corriendo de una zona a otra. A esos no debemos ni molestarnos en preguntarles nada porque ellos llevan pantalones de pinzas y una plaquita con su nombre en la camisa. Así que volvamos a las cajeras, porque cuando llevas el carro lleno, creyendo (inocente de ti) que llevas ya toda la compra que necesitas para un mes, cuando ya has pasado el infierno de esquivar a personas que se quedan mirando al tendido justo en el lugar donde tú quieres comprar la leche, cuando te has hartado de mover carritos para pasar, y hasta de acabar empujando a la gente y gritando a su vez al que te empuja a ti, cuando crees que has llegado al cielo, en realidad estás en el purgatorio. Una cola de gente se sitúa delante de cada una de las 12 cajas que tiene el supermercado, y ahí, justo ahí es cuando te arrepientes de haber entrado, pero bueno, has llegado hasta aquí, has pasado un infierno, puedes esperar mientras piensas: "hasta dentro de otro mes no vengo, hasta dentro de otro mes no vengo".
Cuando llegas a la caja y empiezas a odiar al cliente anterior por tardar tanto en guardar su maldita comida en las bolsas mientras se empieza a mezclar con tu comida que está pasando por la cinta y resulta que tú también la quieres meter en las bolsas, reparas en esa fabulosa, eficiente y profesional trabajadora que tienes delante: la cajera.
Y lo cierto es que reparas en ella no por el sutil maquillaje y tinte de pelo que suele llevar, reparas en ella porque hace rato que te está dejando sordo por los gritos que da a su compañera la cajera de la otra caja, o mejor "La Trini". Tú le pides más bolsas porque ya no sabes donde meter las cosas que no paran de pasar por la cinta y se acumulan unas encima de otras, pero ella no te escucha, ella ni te mira, a ella sólo le importa cómo se lo pasó La Trini la noche anterior. Sólo hay algo que detiene la conversación, es un pitido, el pitido del pack de DVD´s grabables que has comprado y el lector de códigos de barra no reconoce, lo pasa una y otra vez, y no aparece el precio. Finalmente, con cara de sublime esfuerzo, la cajera se digna a teclear manualmente el código, pero sigue sin aparecer el precio. Es entonces cuando, por primera vez, esa simpática mujer se digna a mirarte a la cara para preguntarte hostilmente "¿esto qué costaba?" Claro, tú la miras absolutamente impresionado ante la pregunta y le dices, "yo que sé" (no pretenderá que después de meter en el carro unos 50 artículos recuerde el precio de los DVD´s). Entonces ella te dice "¿podrías ir a mirarlo porque el lector no me lo reconoce?" (casualmente ahí su tono se ha vuelto un poco más amable), y le dices "no", entonces ahí empieza a subirte un fuego por dentro, y ya estás tan harto de todo que incluso deseas que la cajera te diga algo ("venga, venga qué tenga valor para repetirme que vaya yo"), pero ni siquiera, entonces busca a alguien ocioso del personal del supermercado que haya por allí (no sin antes consultarle fallidamente a La Trini por si acaso ella recuerda el precio de ese pack de DVD´s) y le pide que vaya a comprobar el precio del artículo. Pero tú ya no puedes más, tú llevas más de una hora en el supermercado, tú sabes que entrarás en cólera de un momento a otro y que tú paciencia tiene un límite que está a punto de rebasar, así que le dices, "no quiero los DVD´s", ella te mira con cara de asco, tú pagas y te vas pensando: "joder, ahora tendré que volver para comprar los puñeteros DVD´s". Te consuelas de todas las formas que puedes, "aún me queda uno que al final no usé", "peor hubiera sido aguantar esa cola para que luego me dijeran que esta caja sólo es para envíos", e incluso llegas a la conclusión más lógica: "pero para que quiero los DVD´s si tengo un disco duro".

El caso, resumiendo y siendo consciente de no haber entrado en otros muchos detalles que alberga la experiencia de comprar en el supermercado tales como artículos caducados, bolsas de patatas abiertas, productos sin precio, etc. , pienso en todo esto y llego a la conclusión de que si todo el problema de comprar on-line sin aguantar a gente, tranquilo, sentado en tu sofá, con una cervecita en la mano y haciendo sólo click para pagar, es el que puedan traerte unos tomates un poco blandos, señores, qué le den a los tomates.