Mi mejor amigo es mi móvil. Reiros reiros, pero antes de cerrar la página, echad un vistazo a vuestros recuerdos. Pensad un momento en la cantidad de veces que el móvil ha estado ahí, a vuestro lado en los momentos más duros; cuando más apoyo necesitabáis, cuando más compañía necesitabáis, cuando más individuos os tocaban las narices. Ahí estaba él, con sus lucecitas, con su sonidito, con sus teclas, ansioso de ser tocado por su necesitado dueño.
El móvil será recordado en los anales de la historia no por su utilidad como medio de comunicación, sino por su gran labor rescatadora en los peores momentos sociales.
Caso 1: conversación sin interés.
¿No habéis tenido nunca esa sensación? Es como la de verse con 40 años viviendo en casa de tus padres, es la de mirar a tu alrededor y pensar, ¿cómo he llegado a este punto? ¿Por qué no le puse remedio a tiempo?, ¿cómo puedo volver atrás? Piensas: "necesito un milagro para que todo dé un giro de 180º y vuelva a la normalidad". ¿Cuántas veces nos encontramos sin darnos cuenta rodeados por una conversación entre un grupo de personas, que por más que lo intentas no tiene interés alguno para ti? Y sientes que puedes mirarte a ti mismo desde arriba y ver que tu cara se está deshaciendo, no eres capaz de gesticular, los minutos parecen horas, encima sientes que nadie más se encuentra en la misma situación que tú, y con cada palabra que uno suma a la conversación ves más lejos que aquello pueda terminar.
Ahí está tu solución, el móvil. Seguro que tu bandeja de entrada tiene correos sin leer que justo en ese momento requieren tu atención. Os aseguro que por poco importantes que sean, resultarán mil veces más interesantes y amenos que la conversación que tanto os aburre. Si soléis padecer el mal de la conversación sin interés os recomiendo compraros una Blackberry, PDA, o cualquier dispositivo similar que os permita acceder a vuestro correo electrónico.
Caso 2: el pesado de turno.
En una comida, en un bar o en cualquier evento social, corres el riesgo de ser hablado por el pesado de turno. No voy a entrar en descripciones porque sinceramente creo que todos nos hemos encontrado con el pesado de turno. Pero sí voy a destacar un detalle común a todos. Es pesado, muy pesado, y aunque llegue un momento en que no le contestes más que con un sí o un no, el pesado de turno no para de hablar, convencido de que a ti te interesa lo que dice no repara en que a lo mejor no le das una colleja y te largas dejándole con la palabra en la boca porque tienes educación.
Bien, sigamos haciendo alarde de nuestra educación, guárdemonos la colleja para otra situación más desesperada aún y echemos mano de ese gran amigo, el móvil:
"Uy, ¿qué hora es?, ¿la una?, perdóname pero es que hace media hora que tenía que haber hecho una llamada importante, pero me he enrollado a hablar... oye, luego seguimos, ¿eh?". JA! Va a seguir Rita, en cuanto me largue a hacer la llamada ya me has visto, ¡pesado!.
Caso 3: en el taxi prevenir es mejor que curar.
Cuando te subes a un taxi puedes tener, como ya hemos comentado anteriormente, la suerte de que te toque un taxista silencioso, o un cansino que no para de hablar. Bien, si una vez le has dicho el destino empieza a bombardear con una pregunta tipo "¿qué, a casa ya a descansar no?" es el momento de responder diciendo "hola, ¿me has llamado ,no?" En realidad no le respondes a él, si no a alguien que hay al otro lado del teléfono, o puede que no haya nadie, esa ya es decisión tuya, pero será sin duda más agradable que la conversación de ascensor que puedas mantener con el taxista. Eso sí, sabes que va a ser el taxi más caro de la historia, porque yo te recomiendo que mantengas la conversación vía movil hasta llegar a tu destino.
Caso 4: quiero estar solo.
Esta es la opción en que más claro tienes que vas a usar el movil para esquivar al mundo. Aquí ya vas predispuesto, móvil en mano te diriges hacia donde sea con él, a llamar, a escribir un mensaje, a lo que sea, pero de cara a la sociedad ya llevas el escudo protector, el de "no me hables". Se da también en varias situaciones: cuando durante el trabajo bajas a fumarte un cigarro y no quieres hablar con nadie porque no estás de humor para alternar, cuando estás en El Corte Inglés y no quieres que ninguna vendedora insoportable te agobie con sus ansias de llevarse comisión y quieres mirar las cosas a tu bola, cuando estás con un grupo de personas a las que conoces pero no quieres hablar con ellas y realmente estás esperando a esa o esas personas con las que te llevas bien o has quedado...
Si a estos y otros muchos casos que se nos presentan a diario a los individuos que detestamos a la humanidad por naturaleza le sumamos las situaciones en las que llevas un buen rato esperando a alguien y para matar el tiempo usas el móvil, o simplemente para no parecer que estás solo porque el pesado de tu amigo se ha tirado en la ducha más tiempo del necesario, les añadimos el hecho de que un SMS puede librarnos de una eterna llamada telefónica con alguien que se enrolla más que las persianas, o simplemente puede conseguir evadirnos aunque sea por unos minutos de las tonterías que oímos a nuestro alrededor, señores, pongan en una lista el número de veces que uno de sus amigos le ha librado de todas estas angustiosas situaciones, y el número de veces que lo ha hecho el móvil. Podrán ver que su mejor amigo es el móvil, y encima a él no tienes que aguantarle.
sábado, 23 de febrero de 2008
domingo, 17 de febrero de 2008
Taxistas, un suplicio necesario
Meterme en un taxi me produce siempre una sensación entre pánico, curiosidad y alivio.
De atrás a adelante, de lo dulce a lo doloroso:
La lógica nos dice que un taxi es un medio de transporte cómodo y rápido, lo utilizamos en diversas ocasiones por lógica, y algunas como en mi caso por placer. Ojo, no es un rollo fetichista, es sólo que suelo encontrar varios motivos por los que me satisface más ir en taxi que en otro medio de transporte como el metro, donde podría encontrarme con los siempre temidos seres de las profundidades.
La experiencia nos dice que debemos quitarnos la venda de los ojos y observar la realidad tal y como es. Los taxis no son necesariamente más rápidos que cualquier otro medio de transporte, y no hablo de cosas obvias como la mayor o menor cantidad de tráfico que podamos encontrarnos en la ciudad, hablo del mayor o menor grado de competencia del conductor, también llamado taxista. Porque no sé a vosotros, pero a mi me ha tocado cada uno de órdago. Recuerdo uno que cuando le dije donde iba, el tío debió sentir que yo le hablaba en binario, porque se pasó todo el camino preguntándome, ¿y eso por dónde está?, ¿no has estado nunca?, ¿no te suena el camino? yo me pasé todo el trayecto respondiéndole: si yo supiera como ir no habría cogido un taxi. El tipo en cuestión pudo parar apróximadamente 5 veces hasta llegar a nuestro destino para consultar el callejero, reprogramar el GPS y hacer 5 llamadas a la NASA para que le dieran planos astrales de la ubicación exacta del objetivo. Fue toda una experiencia. Por cierto, nuestro destino no era el Triángulo de las Bermudas, si no Pozuelo.
Los taxis tampoco son necesariamente cómodos, especialmente cuando durante un trayecto unas palabras atenazan tu cabeza ansiosas por salir entre tus labios: ¿a usted dónde le han dado el carnet, en una tómbola?. Uno de cada tres taxis que cojo me hace salir con el estómago revuelto porque el tipo se cree Carlos Sáinz al volante.
Pero lo peor, lo más terrible y dramático de coger un taxi, es sin duda esa necesidad que tiene el taxista de ser un buen RR.PP.
¿Cuántas veces no coges un taxi un poco borracho, o medio dormido, o cabreado, o triste, o preocupado, o con cualquier motivo con el que te ha castigado el día, y el taxista decide que "debe" darte conversación?
Taxista: "bueno pues ya es viernes"
Cliente: "sí"
Taxista: "pues han dicho que mañana va a llover"
Cliente: "vaya"
Taxista: "ay que ver cómo se ponen las tiendas un día como hoy"
Cliente: "sí, es terrible"
...
El taxista, aún a pesar de que tus respuestas se reducen exclusivamente a monosílabos, quiere continuar un diálogo estéril, carente de interés y trascendencia.
Luego hay otros con un diálogo quizá más interesante pero que a ti te apetece aún menos oir o menos dialogar con este tipo al que acabas de conocer y desde luego deseas no volver a ver en tu vida: diálogos políticos porque en ese momento en la radio hablan de Zapatero, diálogos sobre lo detestable que es la humanidad (tema que como imaginaréis me encanta, pero raras veces coincido con las opiniones de los taxistas), o diálogos sobre la familia del taxista, que también pasa. A unas a amigas y a mi un taxista consiguió acojonarnos literalmente cuando tras echar pestes sobre el nuevo novio de su ex-mujer, amenazó con cortarle la cabeza a la susodicha y llevarse a los "chiquillos" con él. Aún intentamos superar aquella experiencia.
El tema de llamar a un taxi para que venga a buscarte también tiene miga, pero de eso hablaré en otra ocasión, no quiero hacer cundir el pánico ni provocar pesadillas en los pobres lectores que aguantáis mis pestes.
Así que concluyendo, señores, coger un taxi es una desagradable vivencia que lamentablemente tenemos que experimentar sí o sí. Es un suplicio necesario por el que encima tenemos que pagar y no poco precisamente. Pero siempre tendremos el consuelo de haber salido victoriosos en esa plaza, de los 10 minigrupitos que había sólo tú conseguiste subir al taxi.
De atrás a adelante, de lo dulce a lo doloroso:
- Alivio porque es increíble lo difícil que resulta coger un taxi en Madrid, absolutamente increíble. Un sábado a las 5 de la mañana tienes más posibilidades de que un avión de las fuerzas armadas te recoja y te deje en la puerta de tu casa que de encontrar un taxi sin: recorrerte medio Madrid, esquivar las plazas, ya que suelen tener minigrupitos de personas estratégicamente ubicadas (como en el Risk) para hacerse con el control del próximo taxi que llegue, o acabar congelado en cualquier esquina y con alucinaciones tipo "he visto una luz verde", "sí Manolo, es un semáforo".
- Curiosidad, porque es como en un sorteo, no sabes qué tipo de taxista te va a tocar.
- Pánico, cuando ya has visto el taxista que te ha tocado y ves muy lejos el camino a tu casa.
La lógica nos dice que un taxi es un medio de transporte cómodo y rápido, lo utilizamos en diversas ocasiones por lógica, y algunas como en mi caso por placer. Ojo, no es un rollo fetichista, es sólo que suelo encontrar varios motivos por los que me satisface más ir en taxi que en otro medio de transporte como el metro, donde podría encontrarme con los siempre temidos seres de las profundidades.
La experiencia nos dice que debemos quitarnos la venda de los ojos y observar la realidad tal y como es. Los taxis no son necesariamente más rápidos que cualquier otro medio de transporte, y no hablo de cosas obvias como la mayor o menor cantidad de tráfico que podamos encontrarnos en la ciudad, hablo del mayor o menor grado de competencia del conductor, también llamado taxista. Porque no sé a vosotros, pero a mi me ha tocado cada uno de órdago. Recuerdo uno que cuando le dije donde iba, el tío debió sentir que yo le hablaba en binario, porque se pasó todo el camino preguntándome, ¿y eso por dónde está?, ¿no has estado nunca?, ¿no te suena el camino? yo me pasé todo el trayecto respondiéndole: si yo supiera como ir no habría cogido un taxi. El tipo en cuestión pudo parar apróximadamente 5 veces hasta llegar a nuestro destino para consultar el callejero, reprogramar el GPS y hacer 5 llamadas a la NASA para que le dieran planos astrales de la ubicación exacta del objetivo. Fue toda una experiencia. Por cierto, nuestro destino no era el Triángulo de las Bermudas, si no Pozuelo.
Los taxis tampoco son necesariamente cómodos, especialmente cuando durante un trayecto unas palabras atenazan tu cabeza ansiosas por salir entre tus labios: ¿a usted dónde le han dado el carnet, en una tómbola?. Uno de cada tres taxis que cojo me hace salir con el estómago revuelto porque el tipo se cree Carlos Sáinz al volante.
Pero lo peor, lo más terrible y dramático de coger un taxi, es sin duda esa necesidad que tiene el taxista de ser un buen RR.PP.
¿Cuántas veces no coges un taxi un poco borracho, o medio dormido, o cabreado, o triste, o preocupado, o con cualquier motivo con el que te ha castigado el día, y el taxista decide que "debe" darte conversación?
Taxista: "bueno pues ya es viernes"
Cliente: "sí"
Taxista: "pues han dicho que mañana va a llover"
Cliente: "vaya"
Taxista: "ay que ver cómo se ponen las tiendas un día como hoy"
Cliente: "sí, es terrible"
...
El taxista, aún a pesar de que tus respuestas se reducen exclusivamente a monosílabos, quiere continuar un diálogo estéril, carente de interés y trascendencia.
Luego hay otros con un diálogo quizá más interesante pero que a ti te apetece aún menos oir o menos dialogar con este tipo al que acabas de conocer y desde luego deseas no volver a ver en tu vida: diálogos políticos porque en ese momento en la radio hablan de Zapatero, diálogos sobre lo detestable que es la humanidad (tema que como imaginaréis me encanta, pero raras veces coincido con las opiniones de los taxistas), o diálogos sobre la familia del taxista, que también pasa. A unas a amigas y a mi un taxista consiguió acojonarnos literalmente cuando tras echar pestes sobre el nuevo novio de su ex-mujer, amenazó con cortarle la cabeza a la susodicha y llevarse a los "chiquillos" con él. Aún intentamos superar aquella experiencia.
El tema de llamar a un taxi para que venga a buscarte también tiene miga, pero de eso hablaré en otra ocasión, no quiero hacer cundir el pánico ni provocar pesadillas en los pobres lectores que aguantáis mis pestes.
Así que concluyendo, señores, coger un taxi es una desagradable vivencia que lamentablemente tenemos que experimentar sí o sí. Es un suplicio necesario por el que encima tenemos que pagar y no poco precisamente. Pero siempre tendremos el consuelo de haber salido victoriosos en esa plaza, de los 10 minigrupitos que había sólo tú conseguiste subir al taxi.
sábado, 9 de febrero de 2008
Hippies
Es increíble la facilidad con la que el mundo olvida el significado de las palabras y las versiona hasta conseguir un sentido absolutamente distinto al original.
Sólo con esta frase podría hablar de muuuchas cosas, pero hoy voy a hablar sólo de una. Hoy voy a hablar de los que dicen llamarse "hippies". Si Janis Joplin levantara la cabeza...
"Sí, mi amiga Lucía, es que es así, hippie", o "yo es que siempre he sido la hippie de la familia". Sí, perdón por emplear esta brusquedad nada más empezar, pero a ver, cuando yo oigo esto, en realidad mi cabeza traduce de la siguiente manera: "Sí, mi amiga Lucía, es que es así, gilipollas", o "yo es que siempre he sido la gilipollas de la familia". Os juro que esta es la traducción literal.
Vamos a ver, detesto las tribus urbanas, odio que la gente intente encasillarse en un determinado grupo social para poder sentirse cobijado de alguna manera por otros seres tan carentes de personalidad como ellos. Pero es que encima lo de los hippies tiene más delito. Porque no es que se basen sólo en una serie de cánones estéticos, no se limitan a un tipo de música o bares, vamos algo superficial, que también lo hacen. Porque el hippie necesita sentirse vestido de trapejo, con ropa que ni de lejos parezca nueva, calzado raído, o qué coño, sin calzado. Pueden ir descalzos o con sandalias que recuerdan a las peregrinaciones a Santiago, rayas de colores por todas partes, pelo con rastas para evitar lavarse la cabeza y acumular chinches (está demostrado que las rastas acaban pudriendo el pelo), anillos en los dedos de los pies (imagino que los usarán por la comodidad de andar y notar un metal en los dedos). Es decir, que al final caen en lo que no quieren caer, en la superficialidad. Y no digamos en el consumismo, porque si no recuerdo mal, el movimiento hippie precisamente rechazaba el consumismo. Pero hoy en día podemos encontrar cientos de tiendas hippies que se dedican realmente a eso, al consumismo. Colgantes hechos de caracoles (12€ el colgante), anillos de cáscara de coco (8€ el anillito), una lámpara de cortezas de árboles (38€ la lámpara de 20 cm), y así, tiendas y tiendas de decoración, ropa, complementos y objetos sin ningún tipo de utilidad excepto recordarte que eres un hippie. Sinceramente, a mí me importa un bledo que alguien lleve anillos en los dedos de los pies o el pelo como si se se le hubiera tirado un gato a la cabeza, lo que realmente me deja atónita es que lo hagan para reafirmar su supuesta convicción.
A un hippie le escandaliza que uno de los seres consumistas que le rodean lleve una bufanda de Burrberrys, a mí me escandaliza que se gasten 12€ en un colgante con los restos que a mí me sobran cada día después de comer.
Realmente, hemos de dar gracias al cielo porque la sociedad nos haya premiado con un grupo como los hippies. Es fácil regalarle algo por su cumpleaños a un amigo hippie, porque realmente cuando vas a una tienda a escoger algo, no estás pensando en algo que le guste a tu amigo Manolo, estás pensando en algo que le guste a un colectivo de personas. En cierto modo, cuando haces un regalo a un hippie estás haciendo una buena obra social, estás ayudando a una persona a sentirse más integrado en el mundo, a que le encuentre sentido a su vida, a que reafirme su personalidad.
Y como decía antes, esta tribu no se limita a una apariencia, no, ellos creen que hay algo más profundo detrás de su imagen, algo relacionado con el karma, la paz y mariconadas varias que les permiten tener un nuevo y apasionante tema de conversación cada día.
El universo de los hippies abarca muchas cosas. Sus hobbies tienden a recordarme mucho a mi época en el colegio, los juegos, las actividades extraescolares... Los hippies hacen yoga, quedan en un parque para jugar con un diábolo, tocar una especie de tambor llamado djembé, no sé, intento encontrar un sentido a todo esto, y creo que ellos también, pero supongo que están un poco encasillados para salir de ese mundo. Yo no debo ser lo suficientemente profunda, quizá deba dedicarme a la meditación de vez en cuando, a ellos les funciona para mantenerse en su mundo paralelo al real.
Señores, yendo a lo práctico, la conclusión que saco de estos seres es: voy a dejar mi trabajo, me voy a ir a un parque, voy a coger todo lo que encuentre en el suelo, le voy a poner un cordón, voy a montar un mercadillo, lo más barato va a costar 30€, le voy a decir a un amigo mío que se ponga al lado a tocar una flauta, a otro a hacer yoga, y me voy a forrar a costa de la gilipollez de los Hippipollas.
Sólo con esta frase podría hablar de muuuchas cosas, pero hoy voy a hablar sólo de una. Hoy voy a hablar de los que dicen llamarse "hippies". Si Janis Joplin levantara la cabeza...
"Sí, mi amiga Lucía, es que es así, hippie", o "yo es que siempre he sido la hippie de la familia". Sí, perdón por emplear esta brusquedad nada más empezar, pero a ver, cuando yo oigo esto, en realidad mi cabeza traduce de la siguiente manera: "Sí, mi amiga Lucía, es que es así, gilipollas", o "yo es que siempre he sido la gilipollas de la familia". Os juro que esta es la traducción literal.
Vamos a ver, detesto las tribus urbanas, odio que la gente intente encasillarse en un determinado grupo social para poder sentirse cobijado de alguna manera por otros seres tan carentes de personalidad como ellos. Pero es que encima lo de los hippies tiene más delito. Porque no es que se basen sólo en una serie de cánones estéticos, no se limitan a un tipo de música o bares, vamos algo superficial, que también lo hacen. Porque el hippie necesita sentirse vestido de trapejo, con ropa que ni de lejos parezca nueva, calzado raído, o qué coño, sin calzado. Pueden ir descalzos o con sandalias que recuerdan a las peregrinaciones a Santiago, rayas de colores por todas partes, pelo con rastas para evitar lavarse la cabeza y acumular chinches (está demostrado que las rastas acaban pudriendo el pelo), anillos en los dedos de los pies (imagino que los usarán por la comodidad de andar y notar un metal en los dedos). Es decir, que al final caen en lo que no quieren caer, en la superficialidad. Y no digamos en el consumismo, porque si no recuerdo mal, el movimiento hippie precisamente rechazaba el consumismo. Pero hoy en día podemos encontrar cientos de tiendas hippies que se dedican realmente a eso, al consumismo. Colgantes hechos de caracoles (12€ el colgante), anillos de cáscara de coco (8€ el anillito), una lámpara de cortezas de árboles (38€ la lámpara de 20 cm), y así, tiendas y tiendas de decoración, ropa, complementos y objetos sin ningún tipo de utilidad excepto recordarte que eres un hippie. Sinceramente, a mí me importa un bledo que alguien lleve anillos en los dedos de los pies o el pelo como si se se le hubiera tirado un gato a la cabeza, lo que realmente me deja atónita es que lo hagan para reafirmar su supuesta convicción.
A un hippie le escandaliza que uno de los seres consumistas que le rodean lleve una bufanda de Burrberrys, a mí me escandaliza que se gasten 12€ en un colgante con los restos que a mí me sobran cada día después de comer.
Realmente, hemos de dar gracias al cielo porque la sociedad nos haya premiado con un grupo como los hippies. Es fácil regalarle algo por su cumpleaños a un amigo hippie, porque realmente cuando vas a una tienda a escoger algo, no estás pensando en algo que le guste a tu amigo Manolo, estás pensando en algo que le guste a un colectivo de personas. En cierto modo, cuando haces un regalo a un hippie estás haciendo una buena obra social, estás ayudando a una persona a sentirse más integrado en el mundo, a que le encuentre sentido a su vida, a que reafirme su personalidad.
Y como decía antes, esta tribu no se limita a una apariencia, no, ellos creen que hay algo más profundo detrás de su imagen, algo relacionado con el karma, la paz y mariconadas varias que les permiten tener un nuevo y apasionante tema de conversación cada día.
El universo de los hippies abarca muchas cosas. Sus hobbies tienden a recordarme mucho a mi época en el colegio, los juegos, las actividades extraescolares... Los hippies hacen yoga, quedan en un parque para jugar con un diábolo, tocar una especie de tambor llamado djembé, no sé, intento encontrar un sentido a todo esto, y creo que ellos también, pero supongo que están un poco encasillados para salir de ese mundo. Yo no debo ser lo suficientemente profunda, quizá deba dedicarme a la meditación de vez en cuando, a ellos les funciona para mantenerse en su mundo paralelo al real.
Señores, yendo a lo práctico, la conclusión que saco de estos seres es: voy a dejar mi trabajo, me voy a ir a un parque, voy a coger todo lo que encuentre en el suelo, le voy a poner un cordón, voy a montar un mercadillo, lo más barato va a costar 30€, le voy a decir a un amigo mío que se ponga al lado a tocar una flauta, a otro a hacer yoga, y me voy a forrar a costa de la gilipollez de los Hippipollas.
domingo, 3 de febrero de 2008
Los seres de las profundidades
Cada mañana y cada tarde tengo que hacerme casi hora y media de metro para acudir a mi trabajo.Cada día pierdo casi 3 horas de mi vida en un medio de transporte que detesto. El tramo que además debo hacer yo es especialmente lento, se para constantemente y es una lotería adivinar a que hora vas a llegar a tu trabajo.
Por supuesto, desarrollas tu imaginación hasta límites insospechados para tratar de entretenerte durante ese suplicio diario, y tu bolso acaba pareciendo el de Mary Poppins cuando lo llenas cada mañana: un libro, un periódico, una PSP, un Ipod, una BlackBerry...
Y por si esto fuera poco, te toca disfrutar de la siempre agradable compañía de la fauna del metro.
¡Pasen, pasen y contemplen los seres que tienen cabida en las profundidades del metro!:
Estos son sólo algunos ejemplos, pero el submundo del metro es habitado por muchos seres que a veces te hacen el trayecto imposible (los monos musicales son buen ejemplo de ello), y otras te despiertan una sonrisa.
Anteayer estaba yo a lo mío, leyendo, con mi música puesta, cuando oí unos gritos que no cesaban. Me quité los auriculares, levante la cabeza, y sorprendida descubrí a una mujer sentada delante de mi que me gritaba: "tú por qué me miras, te he dicho que no me mires!. Y es que, señores, una de las cosas buenas del metro es que te encuentres con la fauna que te encuentres, veas lo que veas y te digan lo que te digan, puedes agachar de nuevo tu cabeza y seguir a lo tuyo, no son fauna peligrosa, sólo detestable.
Por supuesto, desarrollas tu imaginación hasta límites insospechados para tratar de entretenerte durante ese suplicio diario, y tu bolso acaba pareciendo el de Mary Poppins cuando lo llenas cada mañana: un libro, un periódico, una PSP, un Ipod, una BlackBerry...
Y por si esto fuera poco, te toca disfrutar de la siempre agradable compañía de la fauna del metro.
¡Pasen, pasen y contemplen los seres que tienen cabida en las profundidades del metro!:
- ¡Tenemos a la "mujer estatua"! Es capaz de quedarse anclada en un sitio aunque la atraviese un huracán. Suele ponerse cerca de la puerta y no te deja salir ni entrar. Se mantiene firme y resistente a los empujones y codazos, ella nunca se mueve, y su rostro se muestra impertérrito a las caras de odio ajenas.
- ¡Con ustedes el "mirón" ! No confundamos con el mirón tipo voyeur. Ajeno al hecho de respetar la intimidad y mostrar buena educación, el mirón es capaz de no quitar la vista de encima de aquello que tú estés leyendo. Ya sea un periódico o una revista, el "mirón" te acompaña siempre en la lectura.
- ¡No dejen de observar a la "mujer esquimal"! Con más capas que una cebolla, la mujer esquimal se mantiene abrigada durante todo el trayecto. Aunque sea un trayecto de una hora y aunque en el metro haya una temperatura de casi 30º , sin contar que apenas puedes respirar con la gente que te aplasta, la mujer esquimal mantiene el tipo con su chaqueta, su abrigo y su bufanda aunque llegue sudando a su destino y a ti te den mareos de verla.
- Y, cómo no, ¡también tenemos a los hombres "el desodorante es un derroche"! Este es el grupo más fuerte y numeroso del metro. Sólo los valientes, sólo los muy hombres resisten su compañía. A las 8 de la mañana ya despliegan su encanto y te seducen con su poderoso hedor. ¡Qué haríamos sin ellos!
- ¡Contemplen a la mujer lirón! La mujer lirón, haciendo honor a su nombre quiere dormir tanto y apurar tanto sus horas de sueño en la cama, que decide continuar en el metro sus tareas matutinas. Así, si tiene paciencia y la observa, es posible que descubra a la mujer lirón haciéndose la raya del ojo en el metro, peinándose, e incluso depilándose las cejas. Todo un espectáculo estético sin moverse de su asiento.
- Para acabar, ¡no se vayan sin contemplar a los "monos musicales"! Una raza de jóvenes primates que se sientan en el suelo, se cuelgan de las barras cual chimpancé en celo cortejando a su hembra primate. Dicha hembra es un derroche de elegancia que se deja atraer por la bisutería barata, cuanto más grande y dorada mejor, para ponérsela encima mientras es cortejada. A su vez, los monos musicales, mientras hacen sus monerías con el moviliario del vagón, disfrutan de sonidos indescifrables con su teléfono móvil. Disfrutan ellos y permiten que todos los que estamos a su alrededor también disfrutemos de esas siempre agradables melodías.
Estos son sólo algunos ejemplos, pero el submundo del metro es habitado por muchos seres que a veces te hacen el trayecto imposible (los monos musicales son buen ejemplo de ello), y otras te despiertan una sonrisa.
Anteayer estaba yo a lo mío, leyendo, con mi música puesta, cuando oí unos gritos que no cesaban. Me quité los auriculares, levante la cabeza, y sorprendida descubrí a una mujer sentada delante de mi que me gritaba: "tú por qué me miras, te he dicho que no me mires!. Y es que, señores, una de las cosas buenas del metro es que te encuentres con la fauna que te encuentres, veas lo que veas y te digan lo que te digan, puedes agachar de nuevo tu cabeza y seguir a lo tuyo, no son fauna peligrosa, sólo detestable.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)