domingo, 17 de febrero de 2008

Taxistas, un suplicio necesario

Meterme en un taxi me produce siempre una sensación entre pánico, curiosidad y alivio.
De atrás a adelante, de lo dulce a lo doloroso:
  • Alivio porque es increíble lo difícil que resulta coger un taxi en Madrid, absolutamente increíble. Un sábado a las 5 de la mañana tienes más posibilidades de que un avión de las fuerzas armadas te recoja y te deje en la puerta de tu casa que de encontrar un taxi sin: recorrerte medio Madrid, esquivar las plazas, ya que suelen tener minigrupitos de personas estratégicamente ubicadas (como en el Risk) para hacerse con el control del próximo taxi que llegue, o acabar congelado en cualquier esquina y con alucinaciones tipo "he visto una luz verde", "sí Manolo, es un semáforo".
  • Curiosidad, porque es como en un sorteo, no sabes qué tipo de taxista te va a tocar.
  • Pánico, cuando ya has visto el taxista que te ha tocado y ves muy lejos el camino a tu casa.
Si escribiéramos todos una lista de todas las, casi siempre, "desagradables" a la par que surrealistas anécdotas que nos han ocurrido en un taxi, no tendría espacio suficiente en este blog. De hecho puede que al acabar esta entrada abra un blog que se llame directamente: detestables taxistas. Ojo, que no incluyo, a todos, alguna vez me ha tocado uno de esos que sólo te pregunta "dónde quieres ir", y finalmente añade un "son XX euros". Así que quiero aclarar para que nadie se ofenda, que me dirijo sólo a ese 99% de los taxistas que nos hacen desear no habernos metido en un taxi.

La lógica nos dice que un taxi es un medio de transporte cómodo y rápido, lo utilizamos en diversas ocasiones por lógica, y algunas como en mi caso por placer. Ojo, no es un rollo fetichista, es sólo que suelo encontrar varios motivos por los que me satisface más ir en taxi que en otro medio de transporte como el metro, donde podría encontrarme con los siempre temidos seres de las profundidades.
La experiencia nos dice que debemos quitarnos la venda de los ojos y observar la realidad tal y como es. Los taxis no son necesariamente más rápidos que cualquier otro medio de transporte, y no hablo de cosas obvias como la mayor o menor cantidad de tráfico que podamos encontrarnos en la ciudad, hablo del mayor o menor grado de competencia del conductor, también llamado taxista. Porque no sé a vosotros, pero a mi me ha tocado cada uno de órdago. Recuerdo uno que cuando le dije donde iba, el tío debió sentir que yo le hablaba en binario, porque se pasó todo el camino preguntándome, ¿y eso por dónde está?, ¿no has estado nunca?, ¿no te suena el camino? yo me pasé todo el trayecto respondiéndole: si yo supiera como ir no habría cogido un taxi. El tipo en cuestión pudo parar apróximadamente 5 veces hasta llegar a nuestro destino para consultar el callejero, reprogramar el GPS y hacer 5 llamadas a la NASA para que le dieran planos astrales de la ubicación exacta del objetivo. Fue toda una experiencia. Por cierto, nuestro destino no era el Triángulo de las Bermudas, si no Pozuelo.

Los taxis tampoco son necesariamente cómodos, especialmente cuando durante un trayecto unas palabras atenazan tu cabeza ansiosas por salir entre tus labios: ¿a usted dónde le han dado el carnet, en una tómbola?. Uno de cada tres taxis que cojo me hace salir con el estómago revuelto porque el tipo se cree Carlos Sáinz al volante.

Pero lo peor, lo más terrible y dramático de coger un taxi, es sin duda esa necesidad que tiene el taxista de ser un buen RR.PP.
¿Cuántas veces no coges un taxi un poco borracho, o medio dormido, o cabreado, o triste, o preocupado, o con cualquier motivo con el que te ha castigado el día, y el taxista decide que "debe" darte conversación?

Taxista: "bueno pues ya es viernes"
Cliente: "sí"
Taxista: "pues han dicho que mañana va a llover"
Cliente: "vaya"
Taxista: "ay que ver cómo se ponen las tiendas un día como hoy"
Cliente: "sí, es terrible"

...

El taxista, aún a pesar de que tus respuestas se reducen exclusivamente a monosílabos, quiere continuar un diálogo estéril, carente de interés y trascendencia.
Luego hay otros con un diálogo quizá más interesante pero que a ti te apetece aún menos oir o menos dialogar con este tipo al que acabas de conocer y desde luego deseas no volver a ver en tu vida: diálogos políticos porque en ese momento en la radio hablan de Zapatero, diálogos sobre lo detestable que es la humanidad (tema que como imaginaréis me encanta, pero raras veces coincido con las opiniones de los taxistas), o diálogos sobre la familia del taxista, que también pasa. A unas a amigas y a mi un taxista consiguió acojonarnos literalmente cuando tras echar pestes sobre el nuevo novio de su ex-mujer, amenazó con cortarle la cabeza a la susodicha y llevarse a los "chiquillos" con él. Aún intentamos superar aquella experiencia.

El tema de llamar a un taxi para que venga a buscarte también tiene miga, pero de eso hablaré en otra ocasión, no quiero hacer cundir el pánico ni provocar pesadillas en los pobres lectores que aguantáis mis pestes.

Así que concluyendo, señores, coger un taxi es una desagradable vivencia que lamentablemente tenemos que experimentar sí o sí. Es un suplicio necesario por el que encima tenemos que pagar y no poco precisamente. Pero siempre tendremos el consuelo de haber salido victoriosos en esa plaza, de los 10 minigrupitos que había sólo tú conseguiste subir al taxi.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca fue tan tediosa mi vida ni sentí tan lejana la posibilidad de encontrar siquiera interesante lo que los demás consideran francamente divertido. Con el tiempo he ido perdiendo sentido de la colectividad y afición al rato de tertulia que antes me permitía de vez en cuando para aliviar la tensión o para añadirle a mi vida un toque de normalidad con el que espaciar la extravagancia, la marginalidad o la apatía. Podría contar con seis errores las tres personas que me causan verdadera admiración, así que mi círculo social se ha ido reduciendo hasta la rigurosa intimidad casi patológica de alguien que en caso de naufragio desistiría del bote salvavidas para no tener que llevarle la conversación a nadie. Mi teléfono móvil recoge los mensajes, los almacena el tiempo reglamentario y se deshace de ellos sin remordimiento alguno, como el enfermo que se desprende de los síntomas de alguna terrible enfermedad. Por otra parte hace al menos tres meses que no bailo. Nunca fui un tipo interesado en el baile pero hubo épocas en las que de vez en cuando me dejaba caer por la pista con una mujer aunque sólo fuese por el placer de romperle a mis pies la estática rutina de la barra, un poco también por percibir en las narices el olor del pelo de mi pareja de baile, ese aroma que te cala y te cautiva porque el alma de las mujeres está en el discreto perfume de su pelo al aventar la melena en las suaves verónicas del baile y en el tufo del sudor del bozo, ese lugar del alma femenina en el que se combinan la realidad húmeda de la carne y la anatomía bruñida de la estatua. Pero también el aliciente de los olores se ha ido esfumando y creo que si ahora mismo tomase entre mis brazos a una mujer para bailar con ella "Woman in love", seguramente sería incapaz de caer en el viejo trance de la poesía y acabaríamos hablando de los precios del Leroy Merlin. Yo creo que se trata de una especie de hastío creciente e irreversible que sólo me puede conducir al pleno escepticismo, aunque siempre cabe la esperanza de que esa preocupante resistencia al metano de la feminidad no sea más que el resultado de un catarro. Cuando uno alcanza el éxtasis del baile, percibe a la mujer de una manera literaria e intangible, pero la magia se esfuma cuando aparece el constipado. Quiero creer que sea eso lo que me aleja esta temporada de las mujeres que tanto significaron en mi vida. A lo mejor lo que me falla no es el alma, sino las narices. Y en cuanto a los hombres, nunca fueron mi fuerte. Me interesan poco en general, sobre todo cuando tratas con fulanos que hacen citas todo el rato y no tienen jamás el detalle de una idea propia, aunque la idea propia sea un golpe de tos, el hipo o un vómito de ginebra. La mayoría de mis conocidos sólo se estiran en la conversación para contarte sus achaques y aconsejarte que te hagas un chequeo porque lo normal a mi edad es que tenga algo, cualquier cosa, aunque sea una patología ligera, no sé, tal vez un cuadro benigno que me ayude a entrar en conversación. Sé de fulanos que en vez de mostrarte sus ideas, te enseñan su placa de pulmón. En una ocasión me sentí tan desplazado en una conversación con desconocidos, que confesé un cáncer de colon para no pasar inadvertido. "Bueno, pues yo -les dije-, yo tengo un cáncer de colon en fase muy avanzada, con un cuadro hemorrágico tremendo que a veces me deja tan exhausto, tan debilitado, que aunque me eche en cama, sufro tales mareos, muchacho, que ni siquiera me sostengo acostado". Me miraron con mas envidia que compasión. Un cáncer de colon da mucho de sí en sociedad. Todo el mundo enseña sus placas, sus recetas y sus diagnósticos y yo estaba a punto de enseñarles mi cadáver. Nunca hubo tanta demanda en los quirófanos. La gente se opera para ser alguien, para correr alegremente el riesgo de esa trágica notoriedad del enfermo y así como a Lord Byron le sentaba bien el foulard, a los intelectuales de ahora lo que les sienta bien es la quimioterapia. A lo mejor es ése el camino para mi redención social. Pensaré seriamente la posibilidad desistir de la Literatura y volcarme en mis patologías. De muchacho soñaba con alcanzar la gloria con un libro en las manos. Ahora sé que fui un estúpido porque lo que un editor valora en el escritor no es su estilo o su temática, sino sus hemorroides, su hematocrito, el deterioro general del hombre moderno, que a lo que aspira es a escribir su novela con la aguja del suero. A veces pienso que sólo pueden aspirar a la inmortalidad los hombres enfermos. También puede ocurrir que la gente odie tu indiferencia y tu convencimiento de que en el fondo la suerte, ¡Dios Santo¡ consiste en alcanzar a la carrera el taxi que te lleve por el camino más largo hasta tu silla de ruedas...

Anónimo dijo...

jajajajaja mamolao lo d las luces verdes del semáforo jajajajaj es verdad

Vacadechernobil dijo...

Lo cierto es que después del comentario con el que nos ha deleitado el amigo puntocanalla me he planteado muy mucho hacer alguna observación.
Pero es que no puedo resistirme, es mentarme a los taxistas y me pongo como una moto.
Poison, creo que en tu post falta alguna categoría dentro de los profesionales del volante. Te dejo algunos ejemplos por si ves oportuno escribir otro post desgranando los pros (si es que tienen alguno) y los contras (que los tienen, y muchos) de las clases de "pelas" que te dejo a continuación:

- El futbolero: Este especimen suele ser mayor de 40 años y normalmente viste chándal de su equipo preferido regalado con el periódico deportivo de turno. Es difícil que te recoja un domingo por la tarde, porque suele librar para ver el partido, pero se han dado casos de pasajeros inocentes que han cogido un taxi poco antes del partido y se han bajado echando el hígado por la boca debido a las maniobras suicidas que el taxista futbolero efectúa con tal de llegar a tiempo a su bar preferido. También puede vérsele las noches entre semana "apatrullando" la ciudad con un programa deportivo en la radio. Lo peor de este tipo de individuos es que suelen ser de los habladores y si tú no demuestras el menor interés por el fútbol en general y su equipo en particular te miran por el retrovisor como si fueras sospechoso de un asesinato múltiple.

- El hincha político: Animal noctámbulo. También suele rebasar la cuarentena y es fácilmente reconocible porque en esa cámara de tortura con una franja roja en la puerta nunca puede faltar una tertulia radiofónica de la COPE o la SER, dependiendo de las preferencias del conductor. Suele hablar con la radio, dirigiendo miradas furibundas al salpicadero y culpando de las pocas carreras que lleva en la noche a la opción política de sus adversarios. Verbigracia: "Mira los del camión de la basura, ale, vosotros tranquilos, que los demás no llevamos prisa. Luego el subnormal de Zapatero seguro que os sube el sueldo"
Verbigracia 2: "Si es que la gente es muy señorita. Mira el niñato con el mercedes... Para que luego diga el PP que las cosas están muy mal. A su edad yo me hacía 34 kilómetros en burro para ir a ver a la novia a su pueblo".

- El taxista-maquinero: Jovencito, con una edad comprendida entre los 18 y los 30 años. Asiduo del sábado noche. Sales de un bar/discoteca convencido de que tus tímpanos son sólo una caricatura de lo que fueron y te arrellanas en el asiento del taxi buscando el merecido descanso del guerrero. Sin embargo, el taxista-maquinero pone la radio a todo volumen (Máxima FM o algún CD que parece que alguien ha grabado al revés) y te hace desear con todas tus fuerzas volver a estar en el bar del que has salido, descansando tranquilamente al lado de un altavoz de 10.000 watios. Suele realizar maniobras suicidas. Atención: si es sábado por la noche y paras a un taxi cuando conductor tiene menos de 30 años, un golpe en la aleta y el pelo de pincho engominado hay muchas posibilidades de que te hayas topado con un taxista-maquinero. Valora la necesidad real que tienes de montarte en ese coche, las consecuencias pueden ser nefastas.

El manta: La edad no es óbice para que un taxista se encuentre incluido en esta categoría. Además, puede pertenecer a ella y a otras de las que ya hemos mencionado, no es excluyente. El manta es un peligro, te hace preguntarte por la fortaleza del estado de derecho. Se mete entre dos autobuses, se salta semáforos y no frena en los pasos de cebra. Suele ser rematadamente machista, de manera que después de pisotear el código de circulación aún tiene los arrestos suficientes para llamar de todo a una conductora que, en su opinión, "ha hecho una pirula". Especimen muy peligroso. A veces me pregunto por qué criticamos a los estadounidenses por llevar armas de fuego por la calle cuando en cada ciudad existen multitud de sujetos que son armas en sí mismos.

Hasta aquí mi comentario, que ya me he pasado. Creo que el tema de los taxistas puede dar tranquilamente para otro post, en el que podrías incluir muchas otras categorías: el abuelo, el pseudointelectual, el guarro, el putero...

Yo Detesto dijo...

Jajajaja, damas y caballeros, veo que tienen mucho que decir y mucho que hablar.
Está claro que hemos tocado un temita delicado...
"puntocanalla" gracias una vez más por compartir tus vivencias y pensamientos escondidos tras esa brillante redacción que me acabrá quitando protagonismo.
"anónimo" sigue riéndote de lo de las luces verdes, un día te pasará factura, como a todos y vete a saber donde te montas en lugar de en un taxi.
"vacadechernobil", sin duda el repertorio de profesionales del volante es amplio a la par que detestable. Gracias por describir a muchos que he dejado en el tintero. El taxista maquinero ciertamente me ha puesto los pelos como escarpias...