domingo, 11 de mayo de 2008

Reality shows: ¡¡gracias por existir!!

Están por todas partes y es imposible ser ajeno a su existencia. El concepto es sencillo, y la mecánica es la más antigua: un experimento de laboratorio. Metemos a varios sujetos en un entorno y vemos cómo se comportan. En televisión es novedad, en publicidad (entre otros campos) se lleva usando desde hace tiempo: metemos a un grupo de personas en una sala para que hablen de mi marca, les llevamos a un supermecado para ver qué producto escogen primero, se incluye un estímulo subliminal durante la proyección de una película para comprobar su reacción, etc.

Hoy en día, cuando encierras a 20 personas en una casa y les vas poniendo retos y limitaciones, cuando escoges a 15 personas en una academia para ver quién canta mejor o cuando les llevas a una isla desierta con tan sólo un machete y una caja de preservativos se llama Reality Show.

Desde el principio, creo que habrán sido muy pocas la personas que no hayan echado un vistazo a su televisor como James Stewart lo echaba a través de su ventana, para satisfacer el morbo y la curiosidad, para ver cómo se pegan, para ver hasta dónde son capaces de llegar.
Ese morbo ha ido increscendo hasta tal punto que las cadenas de televisión, en su esfuerzo por atraer temporada tras temporada la atención de la audiencia, ha elevado el nivel de chabacanería, vulgaridad, y patetismo hasta convertir esos programas en un auténtico espectáculo bochornoso.
Es aquí donde os preguntaréis, ¿a cuento de qué viene el título del post entonces?. Os responderé amigos míos. Para llegar a convertir estos programas en los que una cadena invierte un dineral, y que en su momento eran de dudosa calidad, en unos programas de extra-devaluada calidad ¿qué hace falta?. La respuesta es clara: unos concursantes de extra-devaluada calidad, o para decirlo claramente, lo que necesita un programa de estas características es un equipo de casting muy muy experto que sea capaz de encontrar entre todos los seres humanos a los más deplorables.

Estos concursantes tienen una serie de rasgos en común: mala educación, soberbia, ignorancia, incultura, falta de madurez y un largo etcétera de características que desembocan en un gran don: ser capaces de convertir cualquier programa en el circo de los horrores sin necesidad de guión alguno.

Y aquí es donde llegan mis agradecimientos. Un reality show es la mayor bolsa de empleo para aquellas personas que no deben trabajar en nuestra sociedad. A un elefante o un canguro no se les permite ser carpinteros, administrativos o profesores, porque por una serie de caraterísticas más que notables no dan la talla. A los concursantes de los reality shows les ocurre exactamente lo mismo.

Señores, demos gracias a los reality shows por existir, porque de no haberse presentado al casting de alguno estos programas uno de esos zopencos que quiere ser cantante, modelo o presentador, podría ser mañana la persona que educara a sus hijos, la que levantara los cimientos de su casa o la que puediera hacerle a usted una operación a corazón abierto.

1 comentario:

Identity dijo...

Me identifico plenamente con tu opinión. Claro que has olvidado que en realidad muchas vidas son tgambién un reality show